domingo, 25 de julio de 2010
Un día como otro cualquiera el sol dejo de llamar a su puerta cada mañana, los niños dejaron de corretear por su jardín con las camisetas manchadas de helado y cometas de colores en sus manos. El olor a galletas y pastel de chocolate que inundaba su casa y te despertaba cuando dormías, se sustituyó por olor a las sobras de comida china recalentadas por cuarta vez. Se acabaron las rosas en el alféizar de la ventana, los tazones de chocolate que le preparaba Raquel, los juegos nocturnos entre nubes y estrellas, los besos bajos la lluvia, los abrazos de oso, las risas contagiosas, las cosquillas en la tripa, el olor a pintura, las meriendas en el parque, el sabor del chocolate, los mordiscos en el cuello, el calor del sol. Desgraciadamente fue demasiado para ella como para dar un plumazo, levantarse y seguir adelante, cada día que pasa, la hecha más de menos y la lluvia en las ventanas es más consistente. Debe ser fuerte, por ella y por Raquel, pero no es capaz de mirar al frente sin llorar, sin que la boca le sepa a besos.
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