Le acaricié el cuerpo, menudo, desnudo, parecía muy frágil enovillada allí junto a mis piernas. Le levanté la cabeza, me gustaba mirarle a esos grandes ojos profundos como pozos, unos ojos que me miraban encharcados de lágrimas y le mojaban estrepitosamente la cara sin piedad ninguna. Sin desearlo se me escapo una leve sonrisilla tras la máscara. Que gesto más cruel y cobarde, pensarás, ¡ni mucho menos!, si sonrio es por que se que no llora de pena, ni de dolor, bueno, de dolor un poco, pero no un dolor físico, llora de rabia, de impotencia, de ira. Una ira que le reconcome las entrañas hasta producirle dolor, ese es dolor del que hablaba antes. Sonrio por ser el causante de sus lágrimas, por haberle hecho abrir los ojos, ver más allá de lo que mucha gente ve, las injusticias, crímenes y sobre todo por haberle descubierto a Valery, y haberle dado unos ideales por los que luchar. Ahora es más fuerte, no tiene miedo, por eso sonrio.