sábado, 26 de junio de 2010

Cuando toqué su mano, un calambre me recorrió de pies a cabeza. Di un paso hacia atrás, pero él me agarró de la muñeca y me acerco a él. Sus fuertes brazos envolvieron mi cuerpo. Mi cabeza apoyada en su pecho, escuchaba frenéticos latidos procedentes de su corazón, y me di cuenta que la velocidad de nuestras pulsaciones tenían un mismo y único ritmo.

Levante mi cabeza, para ver su brillante sonrisa. Pero me encontré con su cara seria, que pocas veces había visto. Acero lentamente sus labios a los míos, dándome un dulce y tierno beso. A los pocos segundos se transformo en un beso (por decirlo de alguna forma) que hacia vibrar todas las células de mi cuerpo, haciendo me caer en su trampa.

Antes de que me diera cuenta sus labios estaban junto a mi oreja. Y me susurro: ‘qué pena que estén tus padres en casa’. Se me puso la cara roja, no sé si por vergüenza o por mis malos pensamientos.

Me puso su cara traviesa, me dio uno de sus tiernos besos, y se volvió a acercar a mi oreja y me dijo esta vez: ‘si no me voy ahora, no creo que me pueda resistir’.

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